📚COMBATE DE ACUCHIMAY
22 DE FEBRERO DE 1882
📎En los “Recuerdos de la Campaña de La Breña”, dictados por Antonia Moreno de Cáceres y redactados por su hija Hortensia Cáceres de Porras, se alude a “la revolución del Coronel Panizo, quien no había querido escuchar las repetidas llamadas de Cáceres para colaborar en la defensa del Perú”. (Lima, 1974: p. 60)
Relata doña Antonia Moreno que ella y sus hijas sufrieron de angustia al despedirse de Cáceres, quien en inferioridad numérica tenía que enfrentar a quienes hacían causa común con los invasores extranjeros y lo aguardaban arteramente en Acuchimay: “Cáceres se despidió de nosotras, abrazó y besó a sus hijas. Él sabía que los rebeldes estaban a tiro de fusil y que procederían como hubieran debido proceder con los enemigos del país; pero aquellas balas se dirigirían a atravesar los cuerpos de los hermanos que venían lavando el honor de la tierra que nos vio nacer” (p. 60).
Agregando líneas más adelante: “Nosotras permanecimos a caballo, en la otra banda del riachuelo, contemplando el desfile de nuestros valientes soldados por aquellas cuestas que los conducían tal vez a la muerte y quedando con el corazón apenado al pensar que a muchos de ellos no volveríamos a verlos… Mi alma estaba en tormento porque sabía el recibimiento hostil que el coronel A. Panizo preparaba a sus hermanos de armas” (p. 61). ¿Cómo lo sabía doña Antonia? Porque en la víspera, en los límites entre Huancavelica y Ayacucho, se había encontrado con un grupo de jinetes huamanguinos que había salido al encuentro de Cáceres, quienes le confirmaron “que Panizo lo recibiría a sangre y fuego” (p. 60). Entre esos jóvenes huamanguinos estaban Federico More, hermano del héroe de Arica, N. Espinoza, el marqués de Feria y el conde de la Vega. Y en los “Recuerdos” de doña Antonia hay todavía algo más grave, que nadie refutó en 1974, cuando Carlos Milla Batres tuvo el acierto de publicarlos.
Es la referencia puntual al dinero que reclamó Panizo para movilizar sus fuerzas, dinero que Cáceres consiguió vendiendo algunas de sus propiedades en Ayacucho, dinero que recibió Panizo y que no le pareció suficiente para emprender la marcha.
Cáceres -relata doña Antonia- “había agotado sus propuestas a Panizo para que fuese a reunírsele al Centro, a fin de luchar contra el enemigo. Panizo respondió que no tenía dinero para emprender el viaje. Entonces Cáceres ordenó a su amigo Tomás Patiño, residente en Ayacucho, que hipotecase o vendiese las propiedades de él, es decir nuestra hacienda Ojechipa en la quebrada del Pampas y la parte de sus derechos en la hermosa casa solariega de la calle de San Blas. Patiño obedeció y llegó a darle a Panizo siete mil soles de oro, que en aquella época representaban una crecida cantidad. Panizo recibió el dinero y respondió que no le alcanzaba” (pp. 61-62).
Por todo ello, no exageró doña Antonia cuando señaló a Panizo como cabecilla de “una rebelión descarada” y de un “grupo de extraviados que no quería ver el patriotismo de las fuerzas del Centro luchando tenazmente en defensa del honor patrio” (pág. 62).
El ejército patriota, extenuado por el cansancio y agobiado por el hambre y todo género de contrariedades, había abrigado la esperanza de reparar en Ayacucho sus fatigas y encontrar apoyo para proseguir la resistencia. Cáceres se resistía aún a creer en una infamia de Panizo, pero estando ya cerca de la ciudad, al llegar a una colina, divisó mortificado el aparato bélico que desplegaba para rechazarlo. Dictaba a su secretario un oficio, que pensaba enviarle para impedir la lucha, cuando Panizo, a la cabeza de su división, “se presentó en las alturas de Acuchimay en son de combate, rompiendo sus fuegos de artillería y fusilería de una manera tan exabrupta como inusitada sobre mis fuerzas, que reposaban en una colina inmediata” (Memoria de 1883). Pese a contar con solo 400 hombres frente a los 1500 que presentaba Panizo, Cáceres aceptó el combate, posesionándose del barrio de Carmencca para avanzar por el llano hacia el cerro Acuchimay. Lo secundaron las tropas de Secada, Vizcarra, Valdivia, Villegas y Espinoza, apoyándolo también fuerzas colecticias de las comunidades vecinas.
El batallón Tarapacá, al mando del coronel Secada, fue el primero en escalar el famoso cerro, derrotando a los batallones que conducían Feijó y Zagal, los que cayeron muertos. Cáceres, acompañado solo por su escolta y su Ayudantina, escaló el Acuchimay dando un rodeo y se presentó de pronto ante Panizo y sus secuaces, que enmudecieron ante tanta audacia. Entonces “les echó en cara su conducta y haciéndose dueño de la situación ordenó a sus ayudantes que los redujeran a prisión. Las tropas que rodeaban a Panizo esperaban, bala en boca, la orden de hacer fuego. En ese instante Cáceres divisó entre los revoltosos, encabezando un pelotón militar, a un antiguo corneta del batallón 'Zepita', que había combatido contra los chilenos bajo sus órdenes en la batalla le Tarapacá, y dirigiéndose a él lo reprendió: “¿Tú también, Farfán, ¿TRAICIONAS a tu general?” (Recuerdos, cit., p. 63). El veterano de Tarapacá reaccionó con un ¡Viva el Perú! ¡Viva el General Cáceres! Todas las tropas vivaron entonces al jefe patriota y los seguidores de Panizo se rindieron a discreción.
📌Al día siguiente, en proclama dirigida al Ejército y a los pueblos, Cáceres grabó para siempre este recuerdo: “Conciudadanos.- Los rebeldes que han osado levantar en esta tierra clásica de la libertad el último baluarte de la resistencia a la santa causa de la unidad nacional […] acaban de ofrecer al mundo un espectáculo de vergüenza, y de legar a la historia una página de luto, provocando en las puertas de la ciudad una lucha fratricida al frente del enemigo […] Soldados.- Vosotros que venís luchando contra todas las adversidades del destino, desde la epidemia que ha diezmado vuestras filas, hasta LA TRAICIÓN que os ha enviado la muerte por mil quinientas bocas de fuego cuando abríais los brazos para estrechar a vuestros victimarios, venís también ilustrando con gloriosas hazañas los anales militares del Perú. Asediados por el enemigo extranjero, por una parte, y de otra, por los enemigos de casa, siempre habéis sabido cumplir el austero deber del ciudadano y del soldado y haceros dignos de la santa causa que defendemos” (Anexo Nº 9 a su “Memoria” de 1883).
Fuente: Comisión Permanente de la Historia del Ejército del Perú
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