miércoles, 10 de abril de 2024

10 DE ABRIL DE 1948 - MUERE EL GRUMETE ALBERTO MEDINA CECILIA

 10 de abril de 1948, hace 76 años,  murió el Grumete Alberto Medina Cecilio, el penúltimo sobreviviente de la tripulación del Monitor Huáscar, quedaba aun con vida, el Alférez de Fragata Manuel Elías Bonnemaison, quién fallecería, 13 años después en 1961.

Transcribo, el artículo titulado El viejo abanderado del “Huáscar” escrito por el historiador naval, el Capitán de Navío José Valdizán Gamio, una excelente reseña en que nos cuenta sobre la vida del heroico Medina, y el homenaje, que a él le cupo dar a nombre de la Marina de Guerra, el día del entierro del Grumete Medina.

EL VIEJO ABANDERADO DEL "HUASCAR" ( 1862 - 1948)

Por el Capitán de Navío José Valdizán Gamio

Conocí al v1e¡o grumete Alberto Medino Cecilia, allá por el mil novecientos treintaitantos. A partir de mediados de esa década tan sólo le veía una vez por año, todos los días ocho de cada octubre. En esas fechas, aquel venerable patriota se vestía de uniforme para asistir a las ceremonias conmemorativas del Combate Naval de Angamos.

Era de verle y admirarle. Acababa de rebosar los setenta aquel moreno malambino, cuando portando el estandarte patrio en el que se leía "Monitor Huáscar", y por debajo del Escudo Nacional recamado en hilo de oro, "1879", caminaba saliendo del Centro Naval y se dirigía a la Plaza Grau, en compañía del Alférez de Fragata D. Manuel Elías Bonnemaison.

Lo figura del subalterno contrastaba notablemente con la del Oficial. Mientras que este último lucía enhiesto, blanco, canoso, con perfil aguileño, barbilla nevada y bigote de retorcidas guías, nuestro buen grumete era más bien bajo de estatura, de rostro barbilampiño, color canelo obscuro, algo jibado por el peso de los años. Al caminar arrastraba un tanto los pies sin que ello fuera óbice para asentarlos, serena y pausadamente, contrabalanceando el peso del estandarte que su dueño portaba.

Hijo de Juan Medina y de Rafaela Cecilia, había nacido en el barrio del Señor de lo Caída y de los múltiples callejones típicos de nuestra Lima antañera: Malambo. Su primer vagido diólo allá por el año del Señor de 1862, en uno de aquellos solares que de vez en cuando se adornan con cadenetas de papeles multicolores, para honrar la imagen del Corazón de Jesús del callejón, con su altar al fondo. Aquel día hubo fina alhucema en la casa para sahumar sus primeros pañales; pisco, chicha y quizás si alguna de las comadres del barrio, se esmeró para hacerle un "potajito" o un caldo de gallina a lo parturiente.

Lo cierto es que con el transcurrir del tiempo, y como sucede en todas las vidas de los humanos, aquel tierno retoño se hizo mayor y luego un mozalbete, inquieto y "palomilla" como todo buen malambino.

Transcurría el año de 1877 cuando Alberto Medina, quien había perdido a su padre años antes, tuvo una seria desavenencia con su padrastro. El cambio de palabras resultó subido de tono, y como dicen que "del dicho al hecho rio hay mucho trecho", convirtió su resentimiento en realidad y se alejó del hogar de sus mayores en menos de lo que canta un gallo. Tenía quince años recién cumplidos cuando se alistó en la fragata "Apurímac". Tiempo después, el Comandante Miguel Grau, quien había aprendido a conocerle y a estimarle, escogióle junto con otros cinco de sus compañeros paro servir en la dotación del "Huáscar".

Encontrándose el monitor en la rada de Arica, la abuela de Medina -quien, a su vez, era ahijada de doña Catalina de Osma- quiso, por intermedio de aquella dama, conseguir que Medina fuese dado de baja. Basaba su petición, en la corta edad de su nieto.

Recomendado el asunto a Grau, el noble marino llamóle a su camarote para exponerle la situación:

-Tu abuela desea que dejes el serv1c1o. Por tu edad, no estás obligado a prestarlo sino voluntariamente, ¿cuántos años tienes?

-Quince, mi comandante. Yendo para dieciséis.

-¿No ves? Tu abuelita tiene razón. Mejor que te den una chalupa y te vas a tierra.

-Dispense, mi comandante. Yo deseo quedarme en el "Huáscar" ... , ¡quiero morir con usted!

-¡Qué criatura! Está bien. Quédate.

Y Medina se quedó, combatiendo valientemente durante todas las campañas del heroico monitor, en calidad de "pasacartuchos". Después del Combate Naval de Angamos, fue hecho prisionero y trasladado a Valparaíso y San 5totiago, hasta que sobrevino el canje y pudo regresar a la patria siendo cambiado al "Chalaco", buque en el que sirvió hasta el fin de la contienda.

Retirado de las filas activas con la pensión mensual de doce soles cincuenta, en cierta ocasión -y cuando se aproximaban los elecciones - D. Alberto Secada y D. Rafael Grau se enteraron casualmente -cuando pasaban por la choza de fleteros -- de la modestísima asignación que recibía Medina, al preguntárselo mientras el moreno trabajaba en la descarga de bultos.

Elegidos ambos como representantes al Congreso de la República, gestionaron y consiguieron que se aumentaran las pensiones de los sobrevivientes del "Huáscar". A Medina le acordaron cien soles.

Durante la época de D. Augusto B. Leguía, recibieron una bonificación de veinticinco centavos por cada sol que percibían. Algunos otros incrementos, muy pequeños por cierto, fue adicionando Medina a su pensión llegando hasta los doscientos soles y cincuenta centavos, suma que, con las reducciones de ley, se rebajaba a ciento cincuenta cabales.

Vino luego el terremoto del año 1940, y la casa del sobreviviente de Angamos en la calle Constitución, quedó poco menos que en ruinas. Sin embargo, con esa indiferencia culpable que, en veces, nos invade, nada se hizo por ayudarle.

Años después, en 1948, Alberto Medina Cecilia, exhaló su último suspiro. El ataúd de pino, fue acompañado por amigos, parientes y marinos que acudieron a rendir su último tributo a un valiente: al viejo grumete que combatiera bravamente o bordo del "Huáscar"; al abanderado tradicional del heroico monitor; al subalterno de Grau, el Caballero de los Mares.



Anoto para tu coleta, lector amigo, que al morir nuestro grumete y dejar viuda a su tercera mujer, doña María Valentina Ibaceta, ésta gozaba en 1962, de una pensión de 150 so1es mensuales ...

Escritos estos brevísimos apuntes biográficos sobre el último de los tripulantes del "Huáscar", sólo me resta ahora, lector, contarte algo de mis recuerdos sobre aquel respetable anciano; sobre el postrer homenaje que yo personalmente y en representación de la Oficialidad de Guerra de nuestra Marina- hube de rendirle al inhumarse sus restos mortales en el Cementerio de Bellavista. Era el infrascrito, a la sazón, Ayudante del Comandante General de ese entonces, Contralmirante don Víctor S. Barrios.

Lo oración fúnebre que pronunciara en aquella ocasión fue ausente de protocolo, sincero y sentida en lo íntimo de mi corazón. Por ello es que, para epilogar esta cortísima Tradición sobre el señero "pasacartuchos" del monitor "Huáscar" en el Combate Naval de Angamos, me atrevo a citártelo como una siempreviva, muy mía, que con emotividad de peruano y marino, deshojé contrito sobre la tumba de aquel heroico grumete subalterno de Grau.

Grumete, Alberto Medina:

En nombre de la Oficialidad de Guerra de nuestra Marina, he venido a darte su adiós postrero. Traigo en estos instantes, el emocionado homenaje de los hombres que a través de la historia te conocimos, y que tuvimos la breve dicha de contemplarte en vida, gallardo y enhiesto aún en el otoño de tus años, aferrando muy en alto nuestro estandarte patrio, orgulloso de la enseña bicolor cuyo rojo alcanzó a teñirse aún rnás en Angamos, para gloria de nuestra Marina y de nuestra patria, el Perú.

Para ellas has sido hasta hoy un símbolo de los ideales más sagrados. Para ellas, y para todos nosotros, has pasado a integrar las legiones gloriosas de los que por el Perú combatieron.

Y que tienen vida imperecedera en su recuerdo.

Porque la muerte es la glorificación del héroe.

Y tú, eres uno de ellos.

Combatiste al lado del Caballero de los Mares, Almirante Miguel Grau, cumpliendo tu deber de marino y de patriota. A su lado navegaste por los mares enemigos en alarde sublime de osadía no igualada, y a su vera y contagiado por su ejemplo, fuiste partícipe y testigo de la epopeya más gloriosa que registran los anales de nuestra historia : Angamos.

¡Gloriosa jornada aquélla!

Gloriosa y épica jornada en la que un puñado de héroes, defendiendo una patria, se entregaron a la muerte para alcanzar la gloria.

Aquel gigantesco holocausto al Perú que fuera Angamos, consagró para siempre el sacrificio de la pléyade de titanes que contigo combatieron, ofreciendo sus vidas, sus afectos y su sangre, por defender nuestra bandera. Y en aquella hora trágica, en que el mar de las costas enemigas supo del poema escrito para la posteridad por la mano inexorable del destino, a tí Medina no te cupo un lugar entre los muertos del combate. La Providencia te conservó la vida y te convirtió en símbolo y rúbrica de una generación de gigantes, por sus sentimientos, por su valor y por sus ideales.

Fuiste a combatir dispuesto al sacrificio si llegara el caso: sublime eco de las palabras de tu Comandante, que anteponía el deber y la patria y a todo interés humano, aunque fuera el de la propia vida. La emoción patriótica echó fuertes raíces en tu pecho, y te lanzaste al combate con toda la energía y el valor de un peruano que sabe· hacer honor a su bandera.

Luchaste por ello y sobreviviste para contar la gloria de tu buque y de sus hombres. Y ahora, ese mismo destino que un día aciago y excelso te respetara, ha segado tu vida grande dentro de su esfera, porque para todos los que hemos nacido bajo este cielo, la trayectoria dejada por un hombre que supo defender heroicamente a su patria es grande, admirable y digna de ser imitada a través del tiempo y de la historia.

Hemos venido acompañándote a la última morada, llenos de tristeza y pesadumbre; nos duele profundamente tu desaparición y traemos con nosotros el sentir del Perú que te admiraba, y que hoy está de luto por tu muerte. Ya los niños que a tu paso, con patriótico recogimiento, soñaban con heroicas hazañas contemplando tu uniforme y tu estandarte, no podrán verte más, pero orgullosos leerán de tu vida en sus textos de colegio. Ya los hombres maduros, no podrán señalarte como ejemplo a sus hijos, descubriéndose respetuosamente. Ni tampoco los ancianos podrán mostrar como paradigma glorioso; a quien fuera un marino de sus tiempos.

Pero el vacío que tu existencia truncada dejo, se verá compensado con creces con el relato de las páginas de la historia. Vivirás, Medina, en nuestro recuerdo, como hasta ahora han vivido tus compañeros de epopeya.

Y aquel estandarte que tu callosa mano de hombre de mar tantas veces sostuviera, huérfano de abanderado, guardará también tu memoria aureolada por tu patriotismo y digna de fundirse en sus colores.

Alberto Medina:

Se han cerrado para siempre tus ojos· que fueron testigos del gran "Combate de los Comandantes"; esos ojos que vieron izarse, por tres veces consecutivos nuestro pabellón, desafiando a la metralla, y que otras tantas vieron romperse la driza aquella, anudado por titanes y mantenido así hasta el fin . Pudiste ver con ellos el relámpago fragoroso que se dio en Angamos al volar la torre con el héroe, y luego, contemplar la apoteosis de aquel holocausto: un buque que con sus válvulas abiertas, hundíose negándole su acero al enemigo.

· Quizás si tu vista, cegada por el resplandor de tanta gloria, ha entornado definitivamente sus párpados para buscar a tu Comandante y a sus heroicos subordinados a través del mar, dirigida fijamente hacia el horizonte de la inmortalidad, que no puede ser escrutado con los ojos físicos.

Y los has encontrado.

Vé en pos de éllos Grumete, y que los manes de la patrio te sean propicios.

Los que quedamos aquí, musitando uno plegaria por tu alma, te decimos:

¡Descansa en paz, en la morada de los valientes!

Junto a tus heroicos compañeros y Oficiales ...Y junto a tu Comandante, Miguel Grau.

Fuente:

Tradiciones Navales Peruanas Tomo I – Capitán de Navío José Valdizán Gamio – Archivo Histórico de la Marina

Imagen: Archivo Histórico de la Marina.


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